Hoy traigo un nuevo capítulo en esta serie de posibilidades infinitas y diversas que es mi profesión. Como he defendido en muchos de mis artículos, no se trata de hacer más cosas, sino de hacer conexiones más inteligentes y no ir como pollos sin cabeza y sin estrategia. Y para eso, hoy quiero revisar cómo estamos relacionando tres mundos que se necesitan más que nunca y que son clave para el presente-futuro: la empresa, el liderazgo y la educación superior.

Un ecosistema, tres velocidades

En estos años he trabajado desde todos los vértices de este triángulo. He formado parte de instituciones académicas, cámaras empresariales, empresas privadas, y proyectos públicos, diseñado planes de empleabilidad, acompañado a líderes en procesos de transformación, impulsado metodologías activas, y construyendo puentes que aún siguen funcionando. No hablo sólo desde la teoría, sino también desde la experiencia práctica y el “acierto-error”.

Y aun así, sigo viendo lo mismo, o algo muy parecido: cada actor sigue operando en su carril. Empresas que hablan de innovación sin mirar la educación. Instituciones que forman sin aterrizar en el contexto organizacional. Líderes que no saben cómo tender puentes más allá de su área o departamento.

Quiero dejar claridad de que estas situaciones no se deben a la falta de voluntad ni de capacidad, sino que tiene que ver con que aún no existe todavía una lógica común, un espacio compartido y un lenguaje transversal que articule estos mundos. Cada uno avanza, pero a distinta velocidad. Y así, el ecosistema pierde su fuerza.

De la colaboración puntual a la conexión estratégica

No basta con firmar convenios o abrir mesas de diálogo, por supuesto que esto ayuda, pero no es suficiente sin ejecutar una retroalimentación y un seguimiento permanente para la consecuente toma de decisiones. Esto precisa de algo más profundo, una integración estructural que permita a cada actor:

  • Entender las lógicas del otro sin perder su esencia.
  • Compartir objetivos sin renunciar a su misión.
  • Y construir soluciones que sumen valor, no carga.

Ese es precisamente el foco del modelo que estoy desarrollando: una metodología o enfoque propio, diseñado a partir de una fórmula híbrida entre la teoría, las experiencias aplicadas de otros y las mías propias, orientado a articular de forma estratégica, los vínculos entre empresa, liderazgo y educación superior.

Todavía no lo presento en detalle, pero sí puedo compartir la intuición que lo sostiene: no basta con conectar actores, hay que diseñar tramas inteligentes y medibles que generen impacto real y compartido.

De qué hablamos cuando hablamos de «trama»

Decantarme por esta palabra no es casualidad. Tramar implica tejer, enlazar, entrecruzar, sostener. Y eso es exactamente lo que falta en muchos de los procesos actuales: coherencia, estrategia y, sobre todo, sentido compartido entre los distintos actores.

Porque entre la educación, el liderazgo y la empresa ya hay hilos: programas conjuntos, prácticas, seminarios, incubadoras, formaciones, etc. Pero esos hilos no bastan si no se entretejen con estrategia, mecanismos y estructuras sólidas que además sean sostenibles en el tiempo.

En mi experiencia, los intentos de colaboración fracasan, y vuelvo a insistir, no por desinterés, sino porque, desde mi punto de vista, no hay:

  • Conocimiento mutuo real entre sectores.
  • Ritmos adaptativos entre instituciones.
  • Liderazgo transversal y compromiso sostenido.
  • Un marco que articule y profesionalice esta relación como parte del plan estratégico de cada actor.

¿Qué elementos debería tener una trama intersectorial eficaz?

o mi propuesta metodológica, sí puedo anticipar algunos principios que la guían. Y como comentaba más arriba, lo hago no exclusivamente desde la teoría, por supuesto hay una base teórica gracias a grandes autores y profesionales de la materia, sino también combinando las experiencias desde lo que he vivido al construir procesos reales junto a equipos valientes de ambos lados del puente.

  1. Construcción de confianza intersectorial: sin prisa, con personas clave, alineando expectativas. Lo he visto funcionar en programas de mentoría bidireccional entre líderes empresariales y universidades, y también en redes como la que lideramos desde las Cámaras de Comercio, donde cada alianza parte de un diálogo profundo, no de un convenio genérico.
  2. Respeto por los ritmos y marcos institucionales: las instituciones de educación superior operan con tiempos distintos a los de la empresa, y eso no tiene por qué ser un obstáculo. Diseñar desde ahí es parte del secreto.
  3. Articulación con propósito: no por moda, sino por estrategia. Y eso implica incorporar herramientas tanto tecnológicas como facilitadoras, no como sustitutas del vínculo humano. Reqlut, por ejemplo, ha mostrado cómo una plataforma bien diseñada puede tender puentes reales entre universidades y empleadores, dinamizando el acceso al talento joven.
  4. Aprendizaje compartido y documentado: aquí conecto con el enfoque experiencial de Kolb, que tanto aplico en mis procesos. No se trata solo de hacer proyectos juntos, sino de transformar esa experiencia en conocimiento que pueda repetirse, escalarse y evaluarse.
  5. Liderazgo intermedio comprometido: no solo CEO’s, rectores o directores. Los verdaderos hilos de la trama están en quienes implementan, escuchan y activan lo cotidiano: coordinadores, responsables de área, docentes, mandos medios y ejecutores de proyectos.

Tecnología, sí. Pero con cabeza y alma

Hoy abundan las soluciones tecnológicas que prometen conectar personas, talentos e instituciones. Pero sin un modelo humano, estratégico y transversal detrás, la tecnología solo sirve para maquillar la desconexión. Necesitamos modelos que integren la tecnología como parte de una visión sistémica, alineada, intencionada.

Eso es precisamente lo que estoy construyendo con este modelo: una forma práctica de pasar de la intención a la acción, y de la colaboración espontánea a la estrategia integrada.

Un enfoque que ya está en marcha

Este no es un modelo que nace del papel. Es el resultado de más de una década trabajando con instituciones educativas, organismos públicos, empresas y profesionales que apuestan por una forma distinta de construir valor compartido. Lo estoy sistematizando, documentando y validando en distintos contextos. Y muy pronto, podré profundizar con mayor detalle, facilitar y poner a disposición del ecosistema esta forma de trabajo que abarca “tradición y modernidad” aplicada a los nuevos tiempos y proyectando el futuro del ecosistema.

Pero mientras tanto, quiero reiterar que existen maneras de articular estos mundos de forma real, profesional, medible y transformadora. Y no parte de fórmulas mágicas, sino de decisiones valientes y líderes conscientes.

¿Y los alumnos?

Muchos os estaréis preguntando: ¿Dónde están los alumnos en este gran plan? ¿Cómo encajan en esta trama? Por supuesto que no los he olvidado. Todo lo contrario. Son el sentido de fondo de todo esto y mi propuesta es que formen siempre parte de las consultas, propuestas y recogida de información para esta etapa, que está más centrada en los actores que tienen el poder estructural de articular el sistema desde dentro: instituciones, líderes, organizaciones. Porque si no generamos antes una conexión real entre esos actores, si no tejemos una trama sólida en la base, lo que construyamos para los estudiantes será una capa superficial más.

Y ya han tenido demasiadas.

Por eso, el lugar de los alumnos no es una nota al pie: es el corazón de la segunda parte de este artículo…y del modelo que muy pronto compartiré con el ecosistema.

¿Y ahora qué?

Si formas parte de una institución, una empresa o lideras un equipo, entonces ya formas parte de esta trama. Y puedes decidir si seguir operando en carriles paralelos, o si es momento de saltar juntos hacia una nueva forma de trabajar.

Fotografía: Cloris Ying